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jueves, 24 de septiembre de 2015

¿Por qué México está como está? (La neta no lo sé)

No, no lo se. Pero acabo de leer un libraco que me pareció interesante, como punto de vista y como una manera alternativa de analizar la situación de nuestro país. 

El libro en cuestión es "Los mitos que nos dieron traumas", de Juan Miguel Zunzunegui. Es un libro que se lee en dos patadas (es decir, en cuestión de tiempo, no me supo a nada, pero de fondo y trasfondo, sí), y es básicamente una obra con la siguiente premisa (al menos como yo la veo): supongamos que México no es un país, sino una persona, la cual va con el terapeuta para analizar por qué está como está: pobre, inculto, acomplejado, y por qué no puede competir con sus vecinos más poderosos a pesar de tenerlo todo.



ADVERTENCIA: Es un libro no apto para nacionalistas a ultranza, ni personas que no les guste la autocrítica o los cuestionamientos. Es, sin duda, una obra que cuestiona (aunque no sea nada nuevo) dogmas y creencias que tiene el mexicano promedio. 

Quizás, por una parte, es un libro que retoma el clásico "el mexicano no es solidario, es egoísta, personalista, no sabe trabajar en equipo y desconfía de todos", solo le faltaba la fábula de los cangrejos. Pero, básicamente, es uno de los pocos libros que he leído que ofrecen el atisbo de una solución.

El autor hace un análisis de aquello que se permea en las mentes de quienes forman un pueblo, una civilización, y esto son generalmente los mitos. Todos sabemos que la historia no es del todo objetiva, que sí nos da un panorama general de lo que sucedió (o pudo haber sucedido) en el pasado, pero no sabemos si realmente ocurrió así, la única manera de saberlo sería viajar en el tiempo. Yo sostengo que, si pudiéramos hacerlo, nos daríamos cuenta que lo que nos enseñan en la escuela estaría muy alejado de la realidad.

Pero volviendo al tema del señor México, que es el paciente, el terapeuta le pregunta por sus orígenes, y al hacerlo, cuestiona algo que he visto toda mi vida, por un tiempo lo creí a pies juntillas, pero hace unos años me puse a pensar, ¿neta?: el origen milenario de México.

Es decir, que se nos enseña en historia, y los indigenistas más aguerridos lo agarran de estandarte, que somos herederos y descendientes casi DIRECTOS de los indígenas que habitaban estas tierras; que los españoles NOS conquistaron, es decir, a nosotros, a los mexicanos, dando a entender que México ya existía desde antes del descubrimiento de América, y de la colonización. Que descendemos de una raza de weyes bien mamados y sabios en cuestión de astronomía, ¡y ciencia!, en contacto con la naturaleza (que le hablaban bonito a los arbolitos y a las ardillitas), que vivían aquí por millones, y fueron conquistados por unos 400 o 500 brutos güeros. Que eran un pueblo "cósmico", bien unido y pacífico. Es algo que sinceramente no me cuadra, y menos la idea de que NOS conquistaron.

El meollo del libro es, en gran parte, esto: No somos conquistados por el simple hecho de ser mestizos. Los conquistados, si acaso, son los aztecas (en mayor parte), uno de los pocos pueblos que vivían en el valle de México, porque gran parte del territorio (excepto nodos muy específicos) estaban habitados. Después de todo, los teotihuacanos y los mayas no eran tan cósmicos ni sabios, desde el momento en que le dieron en la torre a su ecologíay tuvieron qué abandonar sus ciudades. Digamos que, eso, el complejo del conquistado, es algo que está presente en el colectivo mexicano: "es que si no nos hubieran conquistado..." Y digo, si no "nos" hubieran conquistado...¿qué?

Volviendo al mestizaje, y al origen de México, como tal, no existía, sino hasta, quizás oficialmente, el 28 de septiembre de 1821, cuando se firmó el acta de independencia de México (es otra cosa que no me cuadra, ¿por qué se celebra la "independencia" el 15 y 16 de Septiembre, y no el 28, que fue cuando se firmó?). O sea, que como pueblo, quizás no tendríamos qué andar cargando con esa "derrota" de conquista porque, después de todo, no nos conquistaron a nosotros, sino a una parte, a una mitad. Y lo queramos, o no, tenemos otra mitad, la española, de la cual decimos renegar pero hablamos español y profesamos la religión que nos trajeron, comemos lo "auténticamente mexicano" que surgió en realidad en la época del virreynato, en los conventos, en los palacios y en las casas de los mestizos (porque los tacos, dice el autor, pudieron haber sido creados por los conquistadores...¿de modo que ya se comían tacos al pastor en Tenochtitlán?)

Esto sale a colación porque es algo a lo que achacamos mucha de la situación actual, "es que NOS conquistaron". Y como decía, la cosa es contradictoria porque le prestamos conscientemente más atención a la raíz indígena que a la española (aunque celebramos más al "indio" muerto, que al vivo, que vive en paupérrimas condiciones), y negamos, o no hablamos de la raíz española, aunque los mariachis usen instrumentos cuyo origen es europeo o más bien no es autóctono, y adoremos a sus dioses y no a los dioses de la raíz a la cual decimos únicamente pertenecer. 

Comulgo con el autor en muchas cosas, quizás no en todas, sobre todo porque algo hay aun en mí que me choca por la cultura en la que crecí.

Y sigue analizando cosas a las cuales achacamos nuestros males: nunca es culpa (o responsabilidad) de los mexicanos lo que sucede, SIEMPRE hay un extraño enemigo que nos hace la vida de cuadritos: cuando no es el gobierno, es Estados Unidos, o algún partido político con cuya ideología no comulguemos, o nuestro jefe que nos trata mal, o la suerte, o el destino. SIEMPRE está el tal "Masiosare", que nos lo andamos inventando para no ver la realidad, o simplemente, no responsabilizarnos de aquello que nos corresponde. O sea, nunca somos nosotros, siempre es...otro, incluso el mexicano de al lado.

Y por lo mismo, eventos tales como "el haber perdido más de la mitad de nuestro ("Nuestro") territorio original a manos de los gringos, nos ha privado de ser potencia". ¿De qué chingados nos serviría tener todo ese territorio, si con el que tenemos, que es donde hay un chingo de recursos naturales, no remontamos? ¿qué habríamos hecho con tanta tierra árida? (ah sí, el mito del "petrolio", que es "nuestro")

Glorificamos eventos de la historia que, en lo personal, no creo que tengan nada de gloriosos, idealizándolos hasta el punto de creer que REALMENTE pasó lo del águila y la serpiente (mito importado de los aztecas, esa fue la fundación de SU pueblo, no del nuestro...bueno, el mito). Se celebran, por ejemplo, guerras que no lograron ABSOLUTAMENTE nada: la de Independencia, que comenzó con un saqueo y un afán de desquite, y después de la independencia, la situación siguió igual o peor. 

La Revolución, la cual igual se celebra y nos la enseñan que básicamente, fue salir a las calles con sombrerotes a tirar balazos, a bailar la Adelita y la Rielera, y a derrocar al malo malote de Porfirio Díaz (que no abdicó por la revolución, sino por motivos de la edad), y que después de la revolución se ganó...¡Absolutamente nada! Después de ese período de casi 20 años de matanzas, ajusticiamientos, violaciones, saqueos, robos, desplazados, familias destrozadas, epidemias, hambre, bueno, sí se logró algo: el nacimiento glorioso de lo que ahora es uno de los masiosares más socorridos: El PRI. O sea que cada 20 de Septiembre se celebra su glorioso nacimiento.

Todos estos mitos (en donde al final de cuentas, nunca ganamos, y si ganamos, no sabemos qué), se nos enseñan en blanco y negro, buenos y malos: el bueno de Hidalgo, el malo de Iturbide, el bueno de Zapata, el malo de Díaz, e, igual que ahora, si no "le vas" a uno, a fuerzas le vas al otro. Si no eres pejezombie, seguramente eres peñabot, y viceversa. No se valen puntos medios.

Y, en resumidas cuentas, celebramos un pasado muerto, a próceres muertos que al final de cuentas no lograron mucho que digamos (si es que en verdad fueron próceres). El autor lo define como "necrofilia", el "todo tiempo pasado fue mejor", que suena ilógico, pues de un glorioso pasado debería de haber surgido un glorioso presente.

Uno de los mitos más cañones de los que habla el libro, y que he pensado desde hace mucho, es aquel en el que van de la mano una "virtud" que el mexicano alaba: la pobreza (confundida a veces con la humildad); el mito es el guadalupano. 

En el análisis se presenta como una dependencia enfermiza a una madre que ve por sus hijitos, y que, por lo tanto, como son unos niñitos, no los deja crecer. "Virgencita, plis, dame esto, dame aquello, dame, dame, dame", y que, como a Juan Dieguito, sus preferidos son los "pobrecitos", los "humildes", el "pobre pero honrado", porque, como todos sabemos, absolutamente TODOS los pobres son  buenitos y absolutamente TODOS los ricos son malos...aunque en el fondo, el mexicano pobre desee ser rico (a base de sacarse la loteria), mientras achaca todos sus males a, precisamente, los ricos.

Contradicciones: odiamos a un masiosare que está en el norte de una de nuestras fronteras, pero les ponemos nombres "gabachos" a nuestros hijos, y damos hasta la vida por cruzarnos el río Bravo (pero eso sí, pinches gringos), y utilizamos mucha de la tecnología que nos ha venido de allá; alabamos a las culturas "cósmicas y ancestrales, NUESTROS antepasados los indígenas (muertos)", pero cuando decimos la palabra INDIO, lo hacemos con tono despectivo, y despreciamos al indio vivo. Le mentamos la madre a los españoles...en español, y casi toda nuestra cultura se basa en costumbres traídas por ellos y desarrolladas y arraigadas durante el Virreinato. Nos quejamos de que "nos discriminan" en otras partes del mundo, pero nosotros somos más racistas y clasistas que nada.

No es nada nuevo, como no es nada nuevo que si México fuera una persona, sería hombre: machista, costumbrista, que dice querer estar mejor pero no hacer nada por lograrlo, o quiere estar mejor pero a corto plazo, ahorita, mañana, por alguna intervención divina, aunque también está el miedo de ser o estar mejor, porque si no, ya sería rico, y sería "malo; la "maldición" de contar con recursos naturales inmensos y aun así, estar "del cocol", el mito del petróleo, que es "nuestro y nos lo quieren quitar", pero que no hacemos nada realmente con él, es decir, no nos saca de pobres, de atrasados (claro, todo es culpa del gobierno), o el del maíz, que "sin maíz, no hay país", aunque otros países sean capaces de producirlo y nosotros podamos diversificar. Si México fuera persona, sería Pedro Infante, pues. Y lo que es peor, Pepe el Toro.

Y sobre todo: la falta de un destino. La falta de un proyecto de nación, de un acuerdo general básico, porque, por ejemplo, durante las elecciones se genera más desunión social que nada, "si no votas por mi partido, de seguro eres X o Y o Z, estás absolutamente equivocado", y esto desde todas las trincheras, el que no piense como yo, es mi enemigo. La idea de que si gana mi partido, quienes estén en la cúpula mágicamente resolverán todos los problemas, y yo no tendré qué mover ni un dedo, pero si ganan los de otro partido, no dejaré de criticar y de decir que todo está mal, en vez de aportar, en vez de decir, "está bien, ganó ese wey, pero yo creo que si todos nos unimos para ir a un destino en particular, no importa quien haya sido electo...el poder es de la gente".

Dentro de las propuestas: soltar el pasado (lo cual no es lo mismo que olvidar); sucede mucho que, se cae en la necedad, de que algo que sucedió, sobre todo si involucra muertos, es motivo de que "hasta que no se resuelva, no vamos a hacer nada, solo protestar y expresar nuestro encono"; si a esas vamos, diariamente suceden cosas "dignas" de parar el mundo y protestar hasta que se resuelva. Pero las cosas no se resuelven, y entonces no se hace nada, por un lado, porque no se suelta el pasado, y por otro, porque no se resuelven las cosas; el pasado que no nos deja avanzar. ¿por qué no mejor optar por estrategias que permitan la actividad al mismo tiempo que se busca justicia, por ejemplo?

Otra de ellas: la aceptación. Parece que los mexicanos aceptamos lo que nos sucede. Pero no es lo mismo aceptación que resignación,  o decir "así soy, y qué". La aceptación se puede dar en el ejemplo de un adicto a sustancias: en algún momento puede decir, "sí, me drogo, pero así soy". Y no hace nada ni por enfrentar, ni por solucionar su problema. La aceptación llega en el momento en que el adicto reconoce que lo que tiene es un problema, y sobre todo, que reconoce que debe hacer algo, y que necesita ayuda.

Otra: por supuesto, la construcción de una identidad, de saber quienes somos, de hacer una identidad verdaderamente mexicana tomando como bases todo aquello que nos conforma, tanto la parte indígena como la española, aceptar y reconocer la fusión de ambas y no pretender que somos absolutamente una u otra, y a partir de ahí, ya no estar con la duda con respecto a quienes somos. Y por supuesto, la aceptación del otro. Sobre todo del otro mexicano, porque, como se ve, muchos de los episodios y conflictos que hemos tenido han sido...entre nosotros. Masiosare, el extraño enemigo, está aquí.

Una verdadera conquista se daría sobre un pueblo desunido que no sabe ni quién es. Y tenemos eso, o quizás una división literal en varios países más pequeños: uno para los norteños, otro para los del sureste, otro para los del bajío, del centro...quizás así funcione mejor, y además, hablando de esto, el mito de que las divisiones políticas y las patrias son "para siempre"; ¿qué país en el mundo tiene la misma división política desde que supuestamente surgió?

¿Necesitaremos una crisis total, tocar fondo, para darnos cuenta y hacer algo? Quizás sí. ¿qué pasaría si todo aquello de lo que presumimos, como el petróleo y otros recursos, se fueran de un día para otro? ¿sería el llamado a hacer algo? ¿o nos borraríamos como algunas de las civilizaciones que vivieron aquí, que derrocharon todo lo que tenían, no tenían rumbo y no quedó de ellos más que sus ruinas?

¿Nos seguiremos sintiendo en nuestro "orgullo" si nos siguen diciendo la verdad, sobreviviremos a la inminente globalización en la que inevitablemente seremos exhibidos por lo que somos, y ante la imposibilidad de un ostracismo nos moveremos hacia un rumbo en común, construyendo nuevos mitos, esta vez útiles y de prosperidad?

Quizás lo que se necesita para no llegar al mero fondo, y no sufrirle tanto, y además, no derramar sangre, sea, después de todo, una revolución. Pero no de echar balazos y desquitarnos los unos con los otros, ni encontrar enemigos en los que piensan diferente. El autor, y yo concuerdo, menciona una revolución CULTURAL. Pero una verdadera. Un cambio que opere desde el modo de pensar, e impacte en el de actuar, enfocado a la construcción y a la cooperación. Una revolución cultural e intelectual que no se valga de la violencia, y que nos reinvente, más que como mexicanos, como humanos.

Que la Gorda los acompañe...

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